miércoles, 27 de junio de 2012

Cristian Manrique


Sobredosis de Introspección




"Merodeando decide vivir,
sin pensar a donde ir,
amigándose con su mas intimo enemigo
decide seguir,
ahora en manos del destino,
se encuentra con su sentir."


  

Todo comenzó a acontecer desde muy temprano, ni el primer gallo había cantado para cuando sus padres habían decidido entregar su tan preciado tesoro en manos de aquellos dos que desde un principio tuvieron problemas para fecundar su propio amor, en manos de aquellos dos que creyendo saber enseñar a crecer, formaron a aquel ser en el cual una vida ya resignada sólo se regia por el propio derecho de la soledad y la propia compañía de su alma.
Buscando vivía, por los rincones también se escondía, aislado respiraba, aisladas soñaban las venas que por su cuerpo corrían. Con el atardecer no dormía, ni sentado descansaba, con la lluvia gemía, y por las noches cantaba.
Miradas cruzaba, con la gente que lo rodeaba, sólo mirando ojos veía, lo que ellos poseían, sin rencor ni compasión caminaba, mientras más miradas cruzaba, viendo así como esas miradas lo encontraban en vísperas de un futuro, en vísperas de un mañana; mañana que muy lejos de él vivía, de un mañana que desde lejos lo miraba.
Solitario era el ser que perseguía, sin cansancio y nunca sin ganas, era como siempre respuestas hallaba, a esos millones de porque que en su frente sudaban, pequeñas gotas que su frente marchitaban.
Corazón sí que poseía, era exclusiva la poesía que lo marcaba; flechado desde aquel día en el cuál vio en otros ojos, reflejada su mirada.
De misma edad construían amor sin penas ni agonías; sin saber lo que causaban, a cada minuto más pasión los encontraba, sin saber lo que causaban, de lujuria vivían, sin saber lo que causaban, dentro de ellos el amor crecía.
De los más errantes de los pasajeros, surgieron posibles supuestos en conceptos, fue regalando nada con el todo que su capa cargaba, visitaban urgencias, acariciaban llamas y desnudaban deseos, eso sí, les gustaba exponer a sus deseos, jóvenes de alma y de sangre; juventud, si, era juventud el más temprano de sus excesos.
Olvidándose de lo que soñaban, es como ahora sus almas se perdían, olvidándose de lo que soñaba es que su corazón se reprimía, sangraba y bombardeaba y sufría y lloraba, perdonaba, tampoco se rendía, solo latía, solo lo esperaba, porque él sabia lo que venía, sabía como lo esperaba, sabía donde yacía el amor que a él no lo lastimara
Pero como los sueños no vivían, de sus sueños solo hablaban incluso cuando dormían, incluso cuando se miraban, en el medio siempre se hallaban, las voces de los demás que a ella asustaban, que a ella socorrían y asfixiaba, que a él no lo respetaban, que a él no lo perdonaban, y menos consentían. Simpatía no compartían, desgarradoras eran las miradas que a su ser poco a poco destruía y ella no reconocía.
Capitulados como inseparables, es que se mordían, perdiéndose en lujuria era como respiraban y la transpiración pasaba a ser ahora la que los unía y a su vez no los soltaba.

Vírgenes de alma.

Mientras de la humanidad preguntaba, su alma sólo respuestas formaba, irónicas las mismas, de risa se vestían, al duelo lo evitaban, sólo jugando con aquella canasta, que con frutas irradiaba el sabor que en aquel momento sentía, ese pudor que él tanto rechazaba, el encanto que sólo asco le producía, aquel que sólo reflejado en espejos se veía.
Dejar sueños era su destino, perderlo todo parecía ser para lo que había nacido, humano de carne y hueso sufrido, uno más dentro de ese juego de lo prohibido, uno de los más atrevidos, pensador en furtivo ¿Fruto maligno o sagrado?
Dejando rastros. Caminos errados eran los que había dejado, ahora sólo soñaba y era eso por donde se paseaba, donde él siempre de alguna u otra manera había dejado su marca, muchas veces disfrazada hasta con máscaras se ilusionaba aquella cuestión de pensar en un mañana, en el cuál no se suele saber que es aquello que el futuro desengaña, y nos ata a redimirnos y hasta fruncidos nos ataca, dejando su rastro con cada instante de este momento ya pasado. Engañosa aquella figura que se reviste de arrugas, que era dentro de cada luna donde se escondía, y era dentro de cada luna, donde con más fuerza latía, ese pudor de no dejarnos ver nuestro día a día, aquella muerte que de largos sueños se vestía, aquella cruel muerte que nos crucifica, entre sábanas nos crucifica, y nosotros fieles mártires de las mismas, por muchas veces no saber ver toda aquella vida que no estamos dando en nuestro día a día, siendo ahí donde la naturaleza del perdón habita, maldita debilidad que carece de propia voluntad y valentía, de asumir nuestro propio rol en este gran océano de vida, que de "ahora" se denomina, fuego candente que dentro de los corazones habita, motivo por el cuál el mismo palpita, dándole sensaciones sentidas, inevitables huellas en la cuál el tiempo no es más que una espina, lastimando a todas aquellas sorpresas desaparecidas, ya perdidas, ya rendidas por el simple hecho de decirse haberlas vividas.
Hurgando muecas perdidas, jamás existidas, es que su mirada de forma ferviente erigía, siendo así como su propio corazón se ahogaba, dura y fría imagen plasmada contra las rejas de su propia ventana, ventana lagrimeada, ventana golpeada, ventana que no existía, pero ¿de donde surgían esos miedos que las traían? preguntas de respuestas ya no incomprendidas, simple pregunta de permitía, maldito que se atrevía y sin escrúpulos decía, que obligaciones él no tenía, siendo sus sentimientos lo único que él seguía.
Pestañeaba frente al espejo en este momento, no lo sentía, sólo se veía, esta vez reflejado en su mirada.
Fueron esos rasgos los que le remarcaron a lo que él hoy dentro suyo llevaba, aquello con lo que tanto cargaba, aquello en lo cual ahora logró encontrar el verdadero significado de sus lágrimas.
Lágrimas, si lágrimas, y muchas de ellas eran lo que desde adentro el mismo se generaba, aquello que la luz no conocía, siendo luz lo que le faltaba, aquello que frio generaba, de esos fríos que congelan el alma con solo una ardiente mirada.
El orden ya fue establecido y es el caos; aquello ya no se reprimía, ni se suponía, era todo lo que generaba su apatía, era eso simple que el espejo le devolvía. Debía hacerlo, y se sabía, que ya no había retorno para volver a refugiarse en ninguna más de esas penas sumisas, ya vividas, donde habita esa falta de candidez que congela, pero no enfría, porque era frío lo que ese ser innatamente poseía, como también poseía poesía, su más grande maestra de la vida y a pesar de que ya la conocía, era recién ahora que la elegía, para entregarle su más ardiente sentir de la vida, para liberarse sólo en palabras escritas, pero sentidas. Ardiente llama que al frío ya no lo quería, que al frío no lo permitía, pero era su cabeza con la que controlaba aquellas peleas que con su razón siempre tenía, y muchas veces con más de un abrigo era que dormía, sólo intentando calentar sueños que con frío no salían, buscando apagar ese frío seco, que gracias a su razón era que existía, maldita razón que lo hacía olvidar que sentía, maldita razón que sigilosamente lo vigilaba y no socorría, cuando por esas desgracias en él mismo se hundía, dentro de su cabeza, se hundía.
Mañanas de un ayer que quieren desaparecer, mañanas de un ayer que desesperan, mañanas que desayunando no se alimentan, mañanas de colores que hoy nos muestran, toda la imposibilidad de volver a vivir algo pasado, angustiado en recuerdos y sin descifrarlos, vive el olvido, haciendo revivir mi pasado. Sentimientos ya sufridos, sentimientos ya pactados, que de a poco se mecen en mi sentir diario, esta vez no era por falta de olvido, el porqué de que ellos todavía estaban vivos, él simplemente se los alegaba al destino, juego atrevido que él en su deseada inocencia lo considerada divertido y dándole la mano, siempre bien dispuesto a recibirlo, dejaba al azar jugar mano a mano con su destino.
Nunca tímido, ahora si, no eran las sonrisas las que lo guiaban, no era el fin de una simple batalla lo que avecinaba, principios de guerra eran lo que se escuchaba dentro de su mirada, lo que la mantenía cargada, nunca tímido, impulsivo, hasta sarcásticamente impulsivo, amante del dolor y digno rival del mismo se consideraba cuando le dejaba al azar la responsabilidad de marcar cada momento en su preciso instante.
Imposiciones de ningún cargo era las que tenía, ya que con ellas muy bien no se llevaba, tampoco reía, rencor les tenía y sin miedo las miraba, siempre desafiaba, generalmente eludía, pero siempre, como pocos hubo, siempre las vencía.
De vivencias no vivía, sólo su cuerpo era lo que le dolía, pesaba, paseaba, desnudaba, entregaba y regalaba, entregaba y sufría, y en cada entrega constante que se hacía, era él el único que perdía, ya que dejándose de lado yacía aquel ser que ahora de mujeres vivía, ser cuya felicidad ya había dejado de ser inofensiva, cuya impulsividad carecía de fuerza, cuyo verdadero valor aún no había sido concebido, ni frustrado y hasta muchas veces nunca querido.

Largas noches lo seguían, mientras los días no pasaban, largas noches eran ahora las dueñas del castigo de su alma.



"Por haber soñado y no dormido,
por haber llorado y no perdido,
por haber peleado y ganado,
por haber gritado y no sentirlo,
por haber muerto en aquel rito,
donde el amor es el dueño mientras nosotros,
pobres esclavitos, humillados nos sentimos
en el encuentro casual con aquel amor aturdido,
amor selectivo, de los amores mas rígidos."

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