domingo, 29 de enero de 2012

Luciano Doti

La paloma negra


La tarde de un lunes cualquiera, Claudio sale a caminar, recorre algunas calles, conocidas para él, y se pierde en un entramado de éstas. Luego de dar vueltas, giros y contragiros llega a una plaza. La misma está desierta, entonces se sienta en un banco y el frío comienza a helarle la sangre. Así que, decide tomar alguna bebida de alta graduación alcohólica. Casi sin pensar, se desplaza por una de las arterias de ese barrio, que no vale la pena identificar, sobre todo teniendo en cuenta lo que va a suceder después. La cuestión es que al llegar a la puerta de ese bar, del cual no tiene conocimiento previo, ingresa, se sienta en una mesa junto a la ventana y pide su espirituosa bebida; ginebra para mas precisión. Después de un rato bebiendo de a sorbos ese veneno, su cuerpo se calienta y queda en un estado de ensoñación. Unos ruidos le llaman la atención; es una paloma negra, que utiliza su pico como una herramienta para embestir insistentemente contra el vidrio de la ventana; luego se vuela, y la mente de Claudio vuela con ésta. En un instante se halla conduciendo una lancha; ahora no se trata de un entramado de calles sino de ríos, pero otra vez esta perdido. El lugar es algo así como el delta del río Paraná, sólo que los cursos que recorre se llaman Flegetone, Cocito y Aqueronte. Adelante y en lo alto, en vuelo triunfal, lo guía la paloma negra, y el la sigue detrás hasta el fin. La paloma se posa sobre una rama de ceibo en una isla, con su pico señala hacia abajo. Claudio amarra la embarcación en la orilla y salta a tierra firme, al caer sus pies se hunden en el lodo; luego enciende una fogata porque el sol esta en su ocaso y la noche avanza; después se sienta bajo la atenta mirada de la paloma. Cuando la oscuridad ya le gano al día y sólo el fuego, único punto de referencia, brilla en el sitio, hace su aparición un espectro; el mismo le indica a Claudio que debe hacer una ofrenda a su líder. La ofrenda consiste en cavar un pozo y arrojar en él: primero leche y miel, después vino, y para terminar agua y harina; luego debe sacrificar a la paloma negra y ofrecer su sangre a los espectros para que se materialicen. Uno de los espectros se acerca a Claudio, éste duda durante un instante si ofrecerle o no la sangre. Finalmente extiende su brazo y el espectro bebe. Luego de materializarse habla:
-En esta isla vagamos los insepultos, condenados a deambular por aquí eternamente hasta que alguien se apiade de nosotros -Claudio cree reconocer esa voz, pero lo deja continuar su relato sin interrumpir- Hace pocos años que abandoné el mundo en el que aún tu habitas, pero largo período paréceme a mí. Yo fui amigo tuyo en la infancia, por eso te pido que busques mis huesos en un lugar que te indicaré y les des sepultura, sólo así podré cruzar a la otra orilla y continuar mi viaje hacia el Hades.
En la otra orilla, repite mentalmente Claudio, como un eco de la voz del espectro. Después deja por un momento a su fantasmagórico amigo y se acerca a la costa, un poco más allá divisa a una embarcación; la conduce un viejo. Una vez que Claudio está junto a él, el viejo ataviado con un andrajoso manto se apea, para que su pasajero pueda subir. Luego dice:
-Mi nombre es Caronte, me envían para que te muestre la isla de los muertos. Esta noche te será revelada la verdad. Siempre te has preguntado por estas cosas y no hallabas el modo de averiguarlas, hoy has abierto la puerta.
El viejo comienza a remar. Claudio en silencio acepta el derrotero propuesto por ese desconocido. Cuando por fin llegan a la otra orilla, el viejo le indica que descienda con un ademán de su brazo derecho. Claudio obedece y camina hacia el interior de la isla.
Silencio, se siente observado, ¿pero por quién? Allí no hay nadie. Nadie que sea perceptible a sus sentidos; todos ellos tan terrenales que le resultan inútiles en ese lugar. El aire es tibio. El cielo negro, decorado con pequeños brillos de metal. Está solo, pero se trata de una soledad que se siente, casi se la puede tocar. Se da cuenta que ha alcanzado un estado diferente, algo desconocido para él. Recuerda lo que le ha dicho el viejo que lo trajo hasta allí:”esta noche te será revelada la verdad”. El miedo del principio deja lugar a una curiosidad voraz. Se sorprende el mismo cuando se ve avanzando más. Un grupo de árboles frondosos le bloquea el panorama. Él continúa su recorrido. Ya está cerca de conocer todo, detrás de ese cordón de árboles está la verdad. Se introduce en ellos. Una rama le roza el hombro.
-Señor, se quedó dormido, tenemos que cerrar -dice el mozo del bar, palmeándole el hombro.
Claudio abona la cuenta y se va, está tan ebrio que no reconoce el camino que toma. Además, el sueño que tuvo le ha dado más confusión. No puede distinguir el sueño de lo real. Pero, ¿y si no fue un simple sueño, si se trató de un mensaje revelador? Uno se pasa la vida soñando, pero hay algunos de esos sueños que se los pueden sentir. Es una sensación como la que Claudio experimentó en la isla de los muertos, un sexto sentido que se activa por desdoblamiento.
Cuando Claudio me contó esto, fuimos juntos a ese barrio que no vale la pena recordar; habíamos llegado a la conclusión de que en ese bar se hallaba la puerta hacia otra dimensión, pero, por más que dimos vueltas, giros y contragiros por ese entramado de calles, no lo pudimos hallar. En un momento, Claudio creyó reconocer el local, preguntamos, pero nos dijeron que allí jamás hubo un bar.



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Licantropía en el monte


Más de una vez, al terminar de jugar un partido de fútbol, habíamos sentido una presencia extraña en ese predio conocido como Monte Dorrego. Eso sucedía generalmente en invierno, cuando el crepúsculo llegaba temprano y la oscuridad se apoderaba pronto de todo. Los árboles daban en esas circunstancias un toque más tenebroso al paisaje, obligándonos a abandonar el lugar a paso acelerado. De posibles actividades paranormales en el Instituto Sarmiento se sabía poco a ciencia cierta, pero circulaban rumores que abundaban en detalles truculentos. Con todo, algunos elucubraban que esa edificación emanaba un poderoso halo de maldad que impregnaba la atmósfera circundante, incluidos los altos árboles que el viento mecía incansablemente.En algunas ocasiones, se habían hallado sobre el césped cuerpos de jóvenes muertos. No muchos, pero sí los suficientes como para que la leyenda urbana tomara forma; sobre todo teniendo en cuenta las laceraciones cutáneas y la carne desgarrada en jirones. La versión oficial hablaba de perros feroces vagando solos durante la noche, dogos argentinos o alguna raza inglesa. La de los vecinos, de robo de órganos para transplante; era la década del 80, y los rumores acerca de una van recorriendo las calles a la caza de niños y adolescentes eran moneda corriente; más de uno aseguraba haber sido perseguido, logrando escapar milagrosamente. También se hizo presente el mito, y se introdujo un nuevo elemento a las narraciones orales de los acontecimientos: los asesinatos habían sido cometidos con luna llena. Entonces, los perros fueron reemplazados por lobos, los cuales serían un grupo de niños del instituto, que se habrían convertido en lobisones tras ser mordidos por uno de ellos, séptimo hijo varón.Así, con la opinión pública dividida en dos, los que abonaban a la teoría del robo de órganos, y los que creían el mito del lobisón, toda Lomas del Mirador estaba atenta y dispuesta a evitar un nuevo hecho sangriento.Un sábado de luna llena fue la fecha elegida para que un grupo de niños del instituto tomara la comunión en la capilla situada dentro del predio. La ceremonia se realizó al atardecer, cuando ese astro, redondo y brillante, pendía bajo, casi al alcance de las manos; de alguna manera, era una luz que, cual péndulo de psiquiatra, desplegaba su poder hipnótico invitando a fijar la vista en ella. A los niños se los notaba raros, pero se atribuyó esa percepción al nerviosismo natural en personas que recién comienzan a vivir y se disponen a dar un paso que, a esa edad, parece tan trascendental, como es comulgar con Dios. Sin embargo, al ingerir el cuerpo de Cristo se pusieron pálidos, y tuvieron que salir afuera para tomar aire fresco. Allí, bajo el influjo selenita, empezaron a padecer convulsiones, y a hinchárseles las venas y tendones, al mismo tiempo que su cuerpo se cubría de bellos; era un ataque de licantropía, a la vista de todos. La gente huyó despavorida, excepto un grupo de hombres que, sin darles espacio para atacar, los tomó en sus brazos y los empujó dentro de la capilla, donde el sacerdote los roció con agua bendita. Los niños quedaron tirados en el piso, con la respiración agitada y el pulso acelerado; un sudor frío les cubría la frente, pero su cuerpo hervía de fiebre. El cura, sosteniendo un crucifijo frente a ellos, procedió a pronunciar un antiguo conjuro en latín: “¡Vade retro, diábolos!”.Después de eso no volvieron a repetirse los hallazgos de cuerpos sin vida, y la capilla se cerró, hasta el día de hoy que no se usa para nada.




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El viaje

Hacía tiempo que había dejado de hablar. Ya no tenía expectativas. Todos sus sueños habían ido quedando descartados uno tras otro. La indiferencia se los fue robando hasta que ya no le quedó ninguno. ¿Cuándo fue que se convirtió en ese despojo humano, en esa caricatura que simulaba ser un hombre pero ya no sentía? No se permitía sentir como los demás; no sólo la ilusión de un futuro mejor, sino también la desilusión por algo que no se logra; porque junto con la capacidad de ilusionarse perdió la de desilusionarse. Era una cosa. Sabía que estaba vivo porque el sol que se colaba por la ventana le molestaba en los ojos. Entonces, tenía que correr la cortina, realizar un movimiento con uno de sus brazos; todavía sus miembros le respondían a la orden del cerebro; ergo, estaba vivo. Eso era todo. El movimiento del sol desde la mañana hasta la noche era su mundo. Los diferentes tonos de luz dentro de la habitación. Las sombras más cortas o más alargadas, que proporcionaba el disco solar, le daban la noción del tiempo durante el día, en cambio el paso de las estaciones lo percibía observando el árbol junto a la ventana. ¿Cuántas veces había visto a ese árbol mudar sus hojas, y cambiar su color de verde a amarillo? Se había perdido en un viaje sin rumbo. Sabía que no iba a ninguna parte, pero en su estado actual no había dolor, tampoco placer; no siempre la existencia debe llevar implícita el sufrimiento, también puede llevar vacío, o sea: nada. Estaba tirado en la cama con los brazos extendidos formando una cruz. Miraba alternativamente el techo, la pared y el árbol junto a la ventana, y no pensaba en nada. Desde hacía mucho tiempo todo era igual. Se hallaba inmerso en un círculo vicioso; el cual repetía una y otra vez los mismos acontecimientos; esto último era una forma de decir, ya que en realidad no acontecía nada. Su existencia era bucólica hasta el hartazgo, pero de pronto algo sucedió. Mientras observaba las nubes pasajeras que el viento arrastraba, ese movimiento cinético hacía aún más evidente su condición estática, entró su madre a la habitación y le dijo:
-Roberto, hoy van a venir tus amigos a buscarte. Anda a afeitarte así estás listo y no los hacés esperar cuando llegan.
Roberto se dirigió al baño. Antes de tomar la afeitadora se miró en el espejo. Se sintió confundido; no sabía si él era el de carne y hueso que miraba al espejo, o la imagen demacrada que se reflejaba en él, ninguno de los dos parecía tener alma; finalmente tomó la afeitadora y se rasuró. Lo hizo con movimientos mecanizados, siguiendo una rutina aprendida hacía tiempo. Al terminar se lavó la cara con agua fría, de haber estado caliente no hubiera notado la diferencia. Después se sentó en el sillón del living a esperar que llegaran sus amigos. Cuando vio al vehículo de siempre detenerse frente a la puerta de su casa, lo abordó. Pero, tras recorrer algunas cuadras, se dio cuenta de que no eran sus amigos. Así que, Roberto comenzó a gritar:”¡Socorro, me secuestran!”.El acompañante preparó una dosis de un sedante y lo inyectó. Antes de que la droga le hiciera efecto, Roberto salió corriendo del interior del vehículo. El acompañante lo persiguió detrás, lo alcanzó y forcejearon, hasta que las dos manos de Roberto se cerraron sobre el cuello del acompañante. Cuando llegó el chofer a la escena del hecho, su compañero ya no respiraba.
En el juicio que se llevó a cabo unos meses más tarde, el chofer de la ambulancia declaró que vio como el paciente que transportaban al neuropsiquiátrico mataba al enfermero.



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Fragmentos de "Sólo palabras" poemario.


Agosto

Adiós julio,
te despedimos;
sobreviví a tu gélido aliento.
Nos cobija agosto,
el umbral primaveral,
cálido y esperanzador,
reverdece desde el simiente.


***


Espanglish


Te conocí en una lovli pari,
e inmediatamente el paroxismo
inundó mi alma,
hasta volverme creici.
Sos una terrífic wuman
llena de encantos.
Quisiera permanecer contigo,
hasta fundirnos
en una sola lengua.


***

Sueño profundo


En el féretro
tu cuerpo sin vida,
en tu semblante
serena morbidez.
durante el sueño profundo
que tanto anhelaste
hoy te despido
por última vez.
Y ya nada
será como antes,
tu alma libre
flotará en el éter,
sin los tormentos
de ese cuerpo
que hoy se ve bello
y mañana,
ya cenizas,
será polvo.


***


El viento


Otra noche
otro sueño solitario.
Sólo el viento
me acompaña
con su música
de violines endemoniados.
Tiemblan los cristales
se mecen los árboles
desnudos y resecos
en medio del invierno
que inclemente
azota la ciudad.

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