miércoles, 29 de abril de 2009

Silente Cambar

CANTO


Cantaba un niño al alto fruto de un árbol:
<< Ven a mí, oh dulce hijo del sol, acerca a mis manos tu color.
ven a mi, despréndete para que con el reproche de tu padre incentives mi pasión.
y así entre mis dientes volverte uniforme sabor,
y desparramar por mi cuerpo el tuyo... hasta que por la sangre abarques mi interior. >>




AMANECER DE LA SELVA


La selva está silenciosa y tranquila, el sol ilumina todo terreno y camino; pero en medio de toda esa paz, a cada segundo, se combaten o mueren cientas o miles de diferentes especies, perdurando siempre el más absoluto silencio, cuando no lo lastima el canto de algún pájaro o grito de mono.
La hormiga aplastada articula sólo una de sus diminutas extremidades, sin poder emitir grito, sonido o gemido al humano audible; como la lombriz, que se retuerce, también silenciosa y herida de muerte. Así las miles de mariposas, que mueren como nacen tantas otras, y que agitan poco a poco sus coloridas alas, como resistiéndose a la muerte.



UN EXORCISTA


En el nombre de Dios, haciendo como el sátiro blasfemo, ese médico sacro disipa los espíritus nocivos, nacidos del horror abstinencial.
Con una mano en el cielo y otra en un cálido vientre, hace imprecaciones contra quien dice su enemigo más fuerte; proclamando a su vez, a su cándido amigo, estulta sabiduría y fuerza incontenible.
Y, mientras sus ojos permanecen cerrados y con el gozo redoblado –bestia de mil brazos que uno a uno nos apuntan- los secretos del Misterio le son revelados.
Y entonces, dándole lo que necesita, espanta las visiones de la mente poseída, saciando a su vez, sus instintos de bestia.



LAS VISIONES DEL NIÑO SOMA

Horribles visiones poblaban la visión del pequeño Barrabás Soma, visiones las cuales impedían al niño conducirse con los ojos abiertos, pues ellas desaparecían cuando cerraba él sus párpados con la llave del terror; sólo el sosiego le era palpable de ese modo cegador. Tan horrendas eran aquellas que sus ojos miraban sin ver y sus sentidos funcionaban si ser, siempre que se atrevía a terminar con aquel encierro ocular. ¡Cuántos gritos y dolores manifestaba aquel pequeño y funesto niño siempre que sus párpados osaban separarse los unos de los otros!
Sus padres, apremiados por el dolor, intentaron todo lo que sus medios les permitían, sin olvidar lo que aquellos no le concedían. Consultaron brujos, médicos, hechiceros, puritanos curanderos y también visitaron a los impíos. Pero los resultados eran siempre los mismos: visiones inextirpables e incognoscibles. Rogaron a Dios en sus mil modos y veneraron sus mil nombres, siempre obteniendo el mismo resultado: inherentes y estables visiones imposibles de extinguir sino con los ojos en la oscuridad.
Nada hubo que mejorara la salud del pequeño, que dicho sea de paso era estable, a pesar de sus visiones, el niño gozaba de un envidiable estado corporal. Ya comenzaba a destacarse entre sus pares por su atlético físico y fantástica belleza: sus cabellos eran oscuros como lo era su visión, los matices de su piel blancos como la muerte y sus ojos, cuando abiertos, dejaban entrever un envidiable color dorado.
Aquella singular belleza podía ser apreciada por todos menos por quien la poseía. ¡Cuánta desdicha, cuánta desgracia hay en poseer algo de lo que no puede gozarse!
Año tras año y día a día intentaría el pequeño Soma, armado de un ejército de cándidas esperanzas, abrir sus temblorosos ojos y ver extinguidos los tormentos que eran sus visiones, pero siempre era con la desilusión con quien se encontraba esos años tras años y aquellos días tras días. Ni el tiempo actuaba en favor de este funesto ser; el tiempo, que todo lo modifica, parecía no hacer caso de ese pequeño hombrecito.

Ya avanzada su edad y muertos por la vejez sus padres y deudos, Barrabás Soma continua paralizado en el mismo sitio que cuando pequeño, pero las esperanzas vanas son para él fortaleza y aliento, y no hay nada en el mundo ni en el cielo que pueda consolarlo más que el esperar al siguiente alba, y entonces intentar –una vez más en vano- abrir los ojos sin tormento.

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